Se entregaron muy merecidos premios y menciones a personas que se vinculan íntimamente con la historia y trayectoria de esta ciudad que hace 100 años nació como simple pueblo.
Sin embargo temo que hemos caído en el imperdonable error del olvido, solo surge de nosotros la inevitable comparación del ayer con el hoy; Al ver antiguas fotos vemos un lejano pasado e inmediatamente regresamos al presente pasando por alto nombres, pequeñas historias, personajes….
El alma y la historia de un lugar está intrínsecamente ligada a su gente, a aquellas familias que por generaciones han contribuido de una u otra forma a lograr que Punta del Este haya sido el paraíso que fue y el maravilloso lugar en el que se ha convertido desde hace unas décadas.
Es mi deseo rendir homenaje, para algunos ese que fue omitido, a todas esas personas en forma de relato sustentado con recuerdos en mi memoria de aquel Punta del Este tan distinto al que es hoy tanto como mi corta edad para contar historia y mi memoria me lo permiten.
Hace unos cuantos años atrás, con muchas menos torres y muchas más casas Gorlero ya era el corazón de Punta del Este, no importaba si se podía transitar en doble sentido o en el contrario al que se circula hoy en día, era la visita obligada, por no decir la única, para el turista que llegaba o para quienes vivíamos todo el año en la punta.
Perduran sus clásicas palmeras pero ya no están los cordones de adoquines, ni los buzones, ni tampoco aquellos bancos de cemento con pies adornados con querubines donde la gente acostumbraba a sentarse a charlar haciendo un alto en su paseo.
Sobre la avenida se encontraban casi todos los comercios, confiterías, supermercados e inmobiliarias, muchos de ellos no perduraron en el tiempo pero si fueron parte de ésta, mi historia, por años.
No recuerdo el orden cronológico pero se sucedían confiterías y bares como “Impala”, “La Fragata”, “Oasis”, “Vinicius”, “King Sao”, “Gianni”, “Di Pappo”, “Beer Garden”, “London Grill”, también estaban, (como olvidarlas!) Las heladerías “Trulalá” y “Gorlero”.
A la hora de salir de “Shopping” los clásicos eran “Papa Noel”, “Dante”, “El Quijote”, la boutique “Arte”, la joyería “Freccero”, la bombonería “Alvear” y las jugueterías “Balalaika” y “Los Reyes Magos”.
Infaltables podemos contar el “Supermercado Casola”, “La Granja de Doña María”, la papelerías “La Zambra” y “Sienra”, “John Charles” la librería y kiosco de los queridos Mirtha y Julio, los actualmente presentes kioscos “Pedrito”, “Casino” y “Kennedy”, la farmacia “Menafra” , la farmacia “Anfuso” atendida por Tomasito, la mercería de “Don José” y más.
Con el paso de los años los más jóvenes contaron con lugares de entretenimiento tales como un precario parque de diversiones que se instalaba en verano lindero a la Escuela Numero 5, el Golfito, las siempre queridas “maquinitas” de las cuales no puedo dejar de nombrar a Diego que siempre tenía alguna ficha de regalo, el “Palacio de la Música” con sus tradicionales cabinas para escuchar aquellos discos de pasta y mucho después un parque en la mansa pegado al ya inexistente “Centro del Espectáculo”.
El “Cine Fragata” proyectaba sus famosas matinées donde se exhibían 3 películas, entre sus intermedios destacaban las enormes tortugas de jamón y queso ; Era el centro de reunión de los hijos y nietos de las familias Pons, Goldaracena, Zubillaga, Pazos, Fernandez, San Martín, Cruzado, Invidio, Gutierrez, Clavijo, Fabra, Parga, Casalá, Gattás, Romero, Sader, Rubio, López, Lois, Olmos, Magallanes, Mailhos, Sagasti, Briano, Paullier, Iturria, Camacho, Dessa, Salazar, Sienra, Capurro, Cairo, Collazo, Escalone, Mosteiro, Bourse, Soto, Odizzio, Piaggio y obviamente muchos más.
Era famosa desde entonces la “Panadería El Mago”, en sus inicios de Don Adonaylo y posteriormente de los Lladó, ubicada en su clásica esquina con sus vitrinas de madera y vidrio donde se encontraban tentadores bizcochos y alfajores de maicena; aún me parece sentir el olor de su horno a leña.
Las playas más frecuentadas eran El Emir donde el barco encallado se apreciaba mucho más claramente, la clásica playa del puerto que hoy yace escondida debajo del embarcadero donde Walter con su gorra de goma daba clases de natación, el muelle de Mailhos que aún se encontraba en perfecto estado donde Don Mailhos colocaba una escalera en la parte profunda y que poco después fue testigo de las zambullidas de Dante Paracampo que nadaba con su perro Coquer y su hermano Juan que pasaba caminando con su pipa.
También era una opción el muelle de la parada tres, claro está que en otras condiciones de conservación, un poco más lejos en distancia y en el tiempo I´marangatu y My Drink fueron otras de las preferidas.
La pesca con simples cañas de boyitas era un pasatiempo común en la Playita de Sultán o en la de Las Mesitas circundadas por inexistentes ramblas en la mansa y precarias en la brava, pero sin lugar a dudas el mejor lugar para esta actividad era el puerto.
El puerto, aquel no mostraba una tan larga escollera, las marinas eran las predilectas para la pesca de sargos y del pejerrey, mientras que el muelle central de tablas crujientes era el mirador principal de los lobos marinos.Al costado del edificio de la aduana cruzando la calle se encontraba el Soyp la pescadería del puerto donde además de los típicos pescados que se colocaban en hielo bajo unos llamativos murales al mejor estilo Picasso se podían encontrar muñecos con forma de lobos marinos realizados con sus propias pieles.
La “Pescadería Don Pepino” y “La Tuttie” de la familia Kaloper establecidas en la península vendían el resultado de la pesca artesanal y sus barcos se deben haber cruzado más de una vez con el de la familia Silvera que también estaba relacionada al mar.
Imposible dejar de mencionar al doctor de cabecera de muchas de las familias tradicionales de la Península, Alberto Goldaracena y al Dentista José Pedro Sader quienes tenían sus consultorios en la planta alta de la “Farmacia Menafra” y la “Inmobiliaria Portofino” de las familia Rubio y Nieves.
Fueron muchas las personas y sus familias que vivieron aquí y que sin buscarlo forjaron el carácter de la ciudad de Punta del Este logrando impulsarlo al nivel mundial que hoy ostenta, entre ellas debo mencionar a los Carbonaro, Odizzio, Stern, Castells Capurro, Katz, Corbo, Collman, Lorusso, Wilkins, Casola, Paracampo, Pereira, Vila, De Césare, Litmann, Torres, Salguez, Menafra, Vilaró, Gallardo, Pizorno, Barbieri, De León y tantos otros que me gustaría recordar; Algunos eran doctores, otros comerciantes, policías, plomeros, hoteleros, inmobiliarios, almaceneros, arquitectos, pescadores, artesanos, sibaritas, todos y cada uno de ellos dignos de mención.
Viene a mi memoria la plaza de Punta del Este con sus caminos internos en forma de cruz de arena de cascara de mejillón molida con la torre de agua en el centro, su feria artesanal armada en grandes mesas de madera y ladrillo y sus canteros llenos de rosas.
En ese entonces no estaba la estatua de Artigas, nació años después con la colecta que llevo a cabo la escuela 5 donde los alumnos colaboramos con canillas y caños de cobre.
Y un recuerdo me lleva a otro, los inviernos en la escuela donada por los hermanos Lafone, sus enormes ceibos del patio y del frente, de los bancos de madera con huecos para tinteros, las Maestras Nancy Sola de Cairo, Tita Taboada, Manuelita, los Maestros Ramón Guadalupe y Dilamar Larrosa y otros cuyo nombre lamento no recordar.
Los paseos invernales en familia contaban entre otras actividades el juntar piñas y hongos, lo cual no era difícil ya que había muchos bosques cercanos, los paseos a caballo en un Parque el Jagüel natural o emprender una casi aventura llegando en coche hasta La Barra por aquel camino angosto del cual quedan algunos tramos transitables hoy día.
Al llegar el verano se acercaban los turistas, la mayoría permanecían de diciembre a marzo convirtiéndose en los nuevos vecinos.
Los restaurantes trabajaban a pleno; “Mariskonea” de la familia Iturria que tenía su propio vivero, la “Parrilla El Cacique” cuyo dueño divertía con un tocado de plumas al mejor estilo western y una mujer paraguaya tocaba el arpa deleitando a los clientes, “El Ciclista” de Américo y Esmildo Núñez donde hacía escala la Vuelta Ciclista del Uruguay, “El Mástil” frente a la mansa en la punta junto a restos de construcciones españolas, el aún súper vigente “Los Caracoles” de la familia Gutiérrez, “La Fragata” del gallego David y de Salazar.
Hoteles como “Gran España” de la familia Camacho, el “Hotel Puerto” de los Olmos Magallanes, el “Hotel Charrúa” de la familia Díaz, el “Hotel Florinda” de la familia Dessa, el “Hotel Península” de Petiot Sader, “El Residencial” de la parada 2 de la familia López, el “Hotel Edén” de los Abuaff, el hotel “Miguez” de los Serra Miguez , el hotel “Iberia” de Salazar y el hotel de la familia De Arruabarrena entre otros abrían sus puertas a los clientes habituales.
Punta del Este era propicio para el desarrollo comercial donde empresas de tradición familiar desarrollaron su actividad por muchos años entre los que puedo contar están o estaban las empresas de Paracampo, Borges, Mesa, Paullier, Gattás, Sader, Ferrando, Escalone, Stern y Ainsefitz.
Muchos personajes pasaron por sus calles, algunos recordarán al Johnny quien al ritmo de la rocola de la Heladería Gorlero se transformaba en su baile en sosías de Rod Stewart o aquel artista de barbas largas y gracioso sombrero Vidal Laqué quién pintaba retratos de carbonilla cómodamente instalado en “La Fragata” y “Beer Garden”.
A los chicos nos parecía mágico el sonido increíble que brotaba de los huesos de asado que tan ágilmente hacía claquear “Fosforito” o nos maravillábamos con ese artesano que con hojas de palmera creaba arte frente a nuestros ojos al grito de “Vengan a ver!”.
Como dejar pasar la oportunidad de mencionar al querido Negro Freddy que como dios creaba del barro, de sus talentosas manos nacían brujas, sirenas y diosas africanas, poliglota, jovial se codeaba con los más excéntricos visitantes.
Según recuerdo las guerras de agua no eran consideradas un problema en época de carnaval y los desfiles por Gorlero fascinaban con los cabezudos y los disfraces, era una fiesta al aire libre; a más de uno nos causaban pánico esos hombres pintados de negro de pies a cabeza vestidos como integrantes de una tribu africana que con sus tocados de plumas con lanzas y escudos esperaban una moneda ante su amenazadora presencia.
Se terminaron esos días donde Larusso y Colman choferes de “Onda” pasaban a buscar a los pasajeros por sus casas o que el cartero con su uniforme gris bajaba de su moto Vespa para entregar la correspondencia.
La desidia o el olvido hicieron que la pileta con peces dorados que escondía la parte trasera de la Liga de Fomento se transformara en un cantero con aburridas plantas.
La naturaleza desvió a las miles de mariposas que llegaban cada febrero hacia otros lugares y advirtió a las luciérnagas que se alejaran de la Península, cubrió las piedras sumergidas de la Playa de Mailhos con arena.
El progreso se llevo la estación de AFE en cuyas vías saltaban las ranitas de Darwin, la casa de Gorlero y esos lugares “secretos” donde quienes sabían recuperaban puntas de flechas desaparecieron bajo edificios, las palmeras trasplantadas de la plaza a la brava extrañaron a sus amigas y desistieron.
El tiempo se llevo a amigos y vecinos a otros lugares, pero nosotros los que heredamos este hermoso, renovado y moderno Punta del Este no debemos perder la memoria, no debemos conformarnos con los simples actos o algunas menciones, ojalá el Centenario de Punta del Este actúe también como recordatorio de esas personas, de esas familias que dejaron impregnado en esta tierra parte de su alma y que sin lugar a dudas merecen una placa en algún lugar de la Punta.
Este es un humilde homenaje, no busco la crítica, solo hacer un modesto llamado de atención.
Finalmente, a todos aquellos los que motivaron mis palabras espero sepan disculpar mis errores, mi debil órden cronológico o que mi historia no se remonte tan lejos en el tiempo, de corazón un perdón a quienes he omitido por olvido o simplemente por no haberlos conocido; Tal vez yo tenga una excusa, muchos de estos son los recuerdos difusos del niño de entonces.
Diego Rubio Maqueda.